Al destino la agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías. Anteayer murió un rapero en Medellín, lo que es como decir que murió un pájaro. Claro que decir “murió” es un eufemismo liviano cuando lo que pasó fue que se suicidó y decir “un rapero” es un eufemismo cuando de quien se habla es de Métricas Frías, el que más flow cargaba a cuestas de ese parche, el que andaba armado con ese montón de barras afiladas. Así que para iniciar este texto como es, para decir cómo debe decirse, comenzaré diciendo que anteayer se suicidó Métricas Frías en Medayork, lo que es como decir que se suicidó un pájaro. Yo no lo conocí, ni compartí con él, pero lo quise, durante años lo escuché atento, con un juicio y una disciplina que se antojaba marcial.
Anteayer se suicidó Métricas Frías, Sadman, La Pantera, Santi, se suicidaron todos ellos que parecen otros y, como en el caso de Borges, eran el mismo. Anteayer se suicidó un pájaro en Medayork y aun así podré seguir escuchando su canto, su voz se inmortalizará en el tiempo pero siempre será una voz antigua, un canto de ayer, cada vez más añejo y corroído por los años, que es lo único que los años saben hacer con las cosas.
Anteayer se suicidó Métricas Frías en Medayork y la ciudad despertó gris y lamentable. El aguacero despuntaba lento pero seguro, las primeras gotas que caían tímidas y livianas le daban paso al aguacero torrencial. Una pareja que se besaba bajo ese susurro de lluvia, más tarde correría, cogidos de la mano, a buscar resguardo o caminarían lentos y empapados, no lo sé.
El asunto es que el deja vú apareció de inmediato, la sensación de haber vivido esa experiencia previamente, en este caso pude identificar la ocasión exacta, había sucedido apenas días atrás, cuando mi amigo del alma Leonardo Leal partía, ese día sucedió igual, como acabo de describirlo, como calcado a lápiz a través de un papel mantequilla: el día oscuro, el cielo gris que parecía la pantalla de un viejo televisor desintonizado, la lluvia lenta que se convertiría en torrencial aguacero, incluso la pareja idéntica se repetía solo que con distinta ropa. Justo ese día el universo me recordaba, a través de Facebook (ese panóptico moderno), que 11 años atrás mi amigo "Gabo" Gabriel Villarroel partía para no volver; el mismo día, la misma fecha, una despedida similar, un dolor calcado, dos despedidas a las que solo las diferenciaban detalles ligeros de trazo o la intensidad de algún borde.
El universo y su eterno retorno, su vicio desastroso o hermoso de llevarte una vez más al mismo punto, a la misma esquina, a poner kilómetros entre la piel que me veo obligado a habitar y la gente a la que quiero tanto y a la que tanto admiro. Todo se aleja, todo se va, el universo se expande para regresar al mismo punto. Ya lo dijo Borges en La Trama: “Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena”.
El asunto es que me vengo cansando de repetir escenas, de esas simetrías fatales, de acumular despedidas dolorosas: Métricas Frías se suicidó como se suicidó mi primo Miguel. A mi abuela la vi marchitarse como vi marchitarse al abuelo (ambos víctimas del mismo vicio). La violencia que se llevó a mi amigo Juan Arenas fue la misma que me arrebató a mi amigo El Gato (el puñal perforó la misma arteria, no puedo probarlo, pero estoy seguro de que la diferencia fue apenas de milímetros) y esa fue la misma violencia que se llevó a mi tío Mono, a quien confundieron con un tipo que era idéntico a él, a quien apodaban "La Mirla", (un pájaro, como Métricas) a quien seguramente encontraron después y calcaron en él la muerte que se llevó a mi tío. A la Dulzurita le dije adiós como le dije adiós a esa brasileña hace tiempo. La despedida de Leo es la de El Gordo y es la de Nataly y es la de Gandy (aunque creo que a nadie he despedido así) y es la de la Mona y es la de Shummy y es la de Vélez y es la de Bli, la de los amigos adorados que repiten un adiós diferente que al final es el mismo adiós. Parece que todo cuanto amo en el mundo pone kilómetros entre las moléculas que lo componen y mi sangre. El asunto es que me vengo cansando de las despedidas y viene creciendo en mi las ganas de huir, después de todo al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías.