Cuando murió Ginebra

El día que murió Ginebra, no pude hacer otra cosa sino caminar y tomar fotos por Chicago. No sabía muy bien qué buscaba bajo esa luz sedosa del otoño cuando vi a ese hombre tirado en el paradero, derrumbando por el peso de los días o por la carga de alguna tragedia secreta.

Al notar que le tomaba fotos, se incorporó, y casi estuve seguro de que venía decidido a agredirme.

Entonces abrió los brazos y comenzó a cantar, creció en él un vozarrón áspero y extremadamente afinado, que parecía haber permanecido sepultado en su garganta demasiado tiempo, como una joya preciosa en un cofre aparentemente ordinario.

Se fue cantando un blues oxidado calle abajo, sin preocuparse por los semáforos o los carros, dejando su voz regada en los adoquines bajo la luz otoñal de un martes cualquiera.

One Way, decía el letrero detrás de él… One Way.