DOS GOTAS DE PASADO REBOZADO
Con Valentina vivimos 6 años de nuestras vidas, y digo vivimos no solo porque fuéramos novios sino porque realmente vivíamos juntos, compartimos 6 años de risas, desastres, fiestas, música, besos, gritos, silencios hermosos y silencios horrorosos en un espacio de 40 metros cuadrados.
Por los días en los que capturé estos retratos la relación se caía a pedazos y parecía (como comprobamos luego) que no había manera de salvarla, ella estaba atareada tratando de curar su alma y yo estaba ocupado tratando de encontrar la mía, perdida hace rato en medio del TOC y la estridencia de la fiesta. Yo, visitante frecuente de la oficina de objetos perdidos en donde estaban cansados de decirme que no había noticias de mi mismo, que volviera otro día; ella, coleccionista de curitas para tratar de aliviar el ardor que le producía ese ovillo de emociones tristes que traía a cuestas desde hace tanto. Nos amábamos desesperadamente a pesar de saber perfectamente que no podíamos amarnos más, parecíamos la pieza repetida de un rompecabezas que por error de fábrica (o del destino) vino a parar en la misma caja, no había manera de encajar juntos en el mismo paisaje y sin embargo lo intentamos desesperados hasta terminar estropeados, desdibujados, con las esquinas rotas.
Hoy, cuando ella está lejos sanando y yo parece que ya he encontrado pistas de donde me encuentro, hallé estos retratos mientras buscaba otra cosa y de repente descubro una cualidad hermosa de la fotografía: Veo en estos retratos una oscuridad y una tristeza que no buscaba cuando los disparé, es hermoso que la luz nos dibuje en realidad, que la fotografía capture no solo lo que queremos mostrar sino lo que somos en ese momento, que no podamos escapar a nosotros por medio de la fotografía sino precisamente dar cuenta de nosotros mismo por medio de ella.
Allá donde ella esté espero que haya menos curitas en su mesita de noche. Acá donde yo estoy espero poder seguir viviendo de mi mirada, y, quien quita, poder dar al fin con mi paradero.