Siempre que mi lente la buscó, encontré en ella una mueca distinta. Cerraba los ojos, arrugaba el rostro, me sacaba la lengua… Todo seguido de una carcajada genuina que iluminaba el set. Parecía empeñada en no salir bien en mis fotos o en arruinar mi trabajo. Esto ocurrió hace 14 años, en el set de *Calvo Gordo y Bajito*, donde llegué gracias a la generosidad de esa joya oculta del cine colombiano: el director Carlos Osuna
En medio de una serie de novatadas, Sandra me escuchó decir que el set estaba lleno de “vacas sagradas”, refiriéndome al experimentado elenco de la película. Lejos de molestarse, se apropió de la broma. De vez en cuando, se acercaba sigilosa y mugía a mis espaldas imitando el característico sonido de las vacas. Cuando mi lente la apuntaba, sacaba alguna mueca de su repertorio y volvía a reír. Creo que pocas veces he visto a alguien disfrutar tanto bajo el estrés intenso de un rodaje.
Cuando ya se acercaba el fin de las grabaciones, me preocupaba no tener ni una sola foto seria de ella. Decidí hablarle directamente: “Sandra, por favor, ¿me regala una foto en serio? En serio, de verdad”. Ella, entre risas, respondió: “Solo a usted se le ocurre ponerse serio justo después de rodar la última escena”. Finalmente, disparé un retrato que me gustó: en su rostro apareció un gesto genuino, una suerte de sonrisa liviana seguida de una “payasada” más. Cuando se lo mostré, lo miró y exclamó: “¡Pero qué es ese despeluque, por Dios!”, y fue a arreglarse.
Al salir de la locación, encontré una trampa de luz con la que podia simular un estudio. La esperé tranquilo. Sandra, como adivinando la razón, se acercó y me dijo: “Listo, hermano, tome el mejor retrato de su carrera… yo veré”. Así salió este retrato en clave baja sobre fondo negro. Sencillo, pero para mí invaluable. Lo atesoré como parte de mi colección personal por años, debido a mi mala costumbre de guardar algunas fotos solo para mí.
Cuando Sandra lo vio, le encantó. Me pidió que se lo enviara. “¡Pero qué lindo, parece una pintura! Siempre confié en ti, me lo mandas”, me dijo antes de darme un beso en la mejilla y salir corriendo.
Luego, cuando me la volví a cruzar en un par de proyectos, siempre me saludaba con un abrazo profundo. Sin fallar, volvía a imitar el sonido de una vaca a mis espaldas cuando estaba desprevenido.
Hace unos días despedimos a Sandra. Se fue porque, por alguna razón que no busco comprender, la gente como ella siempre se va primero. No fui su amigo; nos cruzamos en proyectos solo dos o tres veces, pero fui testigo del alma hermosa que cargaba a cuestas.
Chao, Sandrita… *mmmmmmuuuuuuuuuu*.